En las protestas por los migrantes han brillado, temerarias, las banderas mexicanas. Sonríen en manos de mexicanos y mexicanas que se manifiestan con vigor porque saben que cada día viven y trabajan honradamente en tierra robada. Su ira y su afán libertario, frente al pueril y mentiroso que desgobierna el imperio decadente, es apenas explicable. Los acompañamos desde México sus compatriotas, aunque no el rescoldo neoliberal menguante prianista y su élite “intelectual” grotesca.
Frente a las draconianas detenciones migratorias, las banderas son el símbolo (dejo a un lado su uso provocador y falso en algunos casos). Son agitadas banderas mexicanas, gringas, y banderas mitad mexicanas y mitad gringas.
Banderas que gritan ¡resistiremos!, no hay opción. Banderas que claman yo soy de aquí y soy de allá; también somos como ustedes hijos de una misma historia iniciada por nosotros –en Los Ángeles en la Plaza Olvera–, y se nos impuso ser la fuerza de trabajo básica.
Y ahora nos quieren imponer el destierro. A los trabajadores negros que trajeron como esclavos, el gobierno y la sociedad blanca les impuso leyes, instituciones y fuerza para mantenerlos a raya, en “su lugar”. A nosotros migrantes no se nos reconoce ser parte de la sociedad estadunidense: quieren expulsarnos de nuestra vida; la pretensión de que no tenemos derechos, nada vale para nosotros.
Para los sublevados por Trump que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021, indultos o conmutación de penas; para los trabajadores migrantes, palos, represión de militares, cárcel, deportación. Frente a la escalada violenta trumpista, resistiremos.
Los indocumentados lo son no porque sea su elección: el gobierno gringo los indocumenta y luego los acusa de indocumentados.
Son contratados, producen, crean riqueza, pagan impuestos, cotizan a la seguridad social, consumen, como cualquier otro ciudadano hacen su vida. Pero el sistema los mantiene “sin papeles”. Y les dice: ¡estás indocumentado! El cinismo barbaján del que empuña el garrote
Trump tiene prisa por convertirse en un tirano, lo ansía y lo dice y hay que creerle. Trump quiere todo el poder y la fuerza para someter, dentro y fuera de EU. Realizó en 2024 una campaña política de avisos autoritarios: prometió procesar a sus rivales, reprimir a los medios críticos, usar al ejército para reprimir las protestas. Lo está cumpliendo. Ganó y la Corte Suprema lo invistió de amplia inmunidad para hacer y deshacer. Trump construye la tiranía y derrumba lo que queda de la democracia
El ademán militarista autocelebratorio del 14 de junio para decir “yo puedo ser un Kim Jong-un a lo bestia”, no cumplió su propósito.
Hubo un desfile de soldados caminando de dos en bola, desordenados, con paso cansino. Nada es para siempre: EU fue una fuerza cultural, científica y tecnológica sin rival, como parte del ejercicio de su hegemonía en el mundo.
Renunció a ser esa fuerza porque ya no puede serlo: ahora hay rivales. Le queda la fuerza bruta. La tiranía que Trump construye es la extensión y estuario de las tendencias autoritarias que comenzaron a gestarse hace lustros en EU.
Entre 2014 y 2021, el índice anual de libertad global de Freedom House, que puntúa a todos los países en una escala de cero a 100, rebajó a Estados Unidos de 92 a 83 (82 indica ya parcialmente libre).
Trump intentó desde el poder dar un golpe de Estado en enero de 2021, pero lejos de ser procesado y sancionado fue nominado nuevamente a la presidencia. La reserva democrática de ese país sufre grave menoscabo. Trump construye la tiranía: el gobierno más violento. Un gobierno violento es, también, inherentemente débil porque pierde toda legitimidad y consenso (Hannah Arendt dixit).
Falta saber cuál es hoy el tamaño de la resistencia de la sociedad estadunidense, hasta dónde resistirá y cómo se expresará. Falta saber el tamaño de la resistencia de los mexicanos y los mexicoestadunidenses como parte de la resistencia social en ese país. En paralelo al acto autocelebratorio (Happy birthday, Your Majesty), la sociedad armó la manifestación No Kings Day, con alrededor de 2000 protestas en todo el país. Las banderas mexicanas callaron para dar paso a la expresión de todos. Una pancarta en Filadelfia rezaba: “Luchamos contra un rey en 1775. Luchamos contra un dictador en 1945. We will fight whatever the hell this is in 2025 (Lucharemos contra lo que demonios sea esto en 2025)”.
La democracia se ejerce luchando por ella. No hay opción contra los afanes tiranos. La lucha de los mexicanos de allá por su vida, está inmersa en esa lucha más general que Trump se encargará de mantener viva. Los mexicanos de seguro actuarán con inteligencia, uniendo su lucha a los demás y manteniendo su objetivo principal: no más indocumentación impuesta.
Quien tiene trabajo no es indocumentado. El contrato de trabajo, implícito en el salario, le otorga la documentación del caso y el derecho a hacer su vida, como cualquier otro ciudadano. Un derecho extensivo a la familia del trabajador migrante.