Como instrumento de las élites estadunidenses y expresión de las ideas más nefastas del supremacismo yanqui, el programa político que encabeza Donald Trump busca recuperar el cercenado poderío imperial de Estados Unidos. Su estrategia: combinar la guerra total a escala global contra los países enemigos, exacerbar la sumisión de países y entes político económicos ya subordinados y construir y eliminar a un enemigo interno en lo nacional.
A través de identificar a los inmigrantes como el enemigo interno, Trump construye el relato de que esa población– en especial la latina, asiática y africana– es la causa de todos los problemas del país. Las redadas contra migrantes se iniciaron bajo el argumento que sólo se deportarían a personas con una situación migratoria irregular que hubieran cometido algún delito. Pronto esto se demostró falso. Las deportaciones al centro de detención en El Salvador y a otros países incluyeron incluso a ciudadanos estadunidenses y a personas sin siquiera una multa de tránsito. Entre los criterios para identificarlos como delincuentes, además de aplicar el criterio racial, era que ellos tenían tatuajes (¡uno de cada tres estadunidenses tiene tatuajes!).
Desde el fin de semana pasado, la política antimigrante de Trump topó con la realidad: una rebelión espontánea de latinos –principalmente mexicanos– en la ciudad de Los Ángeles. Las redadas del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) fueron directamente a centros de trabajo en busca de personas “indocumentadas”. Eso detonó la ira popular. Cientos de personas las enfrentaron, impidiendo sus labores. Los combates se extendieron contra policías, personal de la FBI, de la DEA y de la oficina de seguridad del suelo patrio. Fue entonces que Trump envío a 2 mil tropas de la Guardia Nacional y 500 marines para sofocar la rebelión y, hasta ahora nada han podido hacer.
La Guardia Nacional es la reserva militar de Estados Unidos. Ese cuerpo represivo y de ocupación, fundado en 1663, antes de que Estados Unidos existiera como país independiente, fue enviado sin la anuencia del gobernador de California (algo que no ocurría desde hace 60 años). Su presencia en las calles, atacando a la población, pone en evidencia una guerra civil en curso, que había permanecido soterrada. Los inmigrantes, como enemigo interno, son el objetivo de la guerra interna.
El estado de California representa por sí solo la quinta economía más grande del mundo y Los Ángeles la ciudad más desigual de Estados Unidos. Un tercio de sus residentes viven en la línea de la pobreza. Mientras el precio por metro cuadrado de tierra está entre los 10 más caros del mundo, 80 mil ciudadanos viven en las calles. Es una de las ciudades en que el proceso de desindustrialización de fines del siglo XX avanzó de manera ejemplar con la gentrificación de barrios, la especulación inmobiliaria y la superexplotación de los trabajadores, sacando una renta extraordinaria de los inmigrantes sin papeles.
En la década de 1990, el urbanista crítico Mike Davis en Ciudad de Cuarzo resaltó su carácter de promesa utópica y de vertedero posmoderno del sueño americano. Alertó sobre los desastres sociales que podían venir a causa de la estructura imperante. En 1992, ante la exoneración de cuatro policías que habían golpeado casi hasta la muerte al taxista afro Rodney King, estalló en esa ciudad una revuelta de enorme magnitud: 63 personas fueron asesinadas por la policía, miles fueron detenidas y decenas de miles de negocios fueron incendiados. Por aquel entonces, Los Ángeles era la segunda ciudad con mayor población afro de Estados Unidos. Hoy la revuelta migrante alerta sobre un conflicto de proporciones inéditas: más de 40 por ciento de su población es latina.
No todo es rebeldía. La gente también tiene miedo. El terrorismo de Estado sigue siendo funcional. Los restaurantes mexicanos registran poca afluencia.
Mucha gente teme ser deportada. Algunas personas han dejado de salir de sus hogares. Esta guerra interna amenaza con quebrar lazos comunitarios muy profundos.
La rebelión rebasó a las organizaciones sociales. Los sindicatos están paralizados y sumidos en su periodo de negociación contractual. Las fuerzas más activas y beligerantes son las de las agrupaciones vecinales que luchan por la vivienda, defienden a la población inmigrante y fortalecen la vida comunitaria. Para ellas el desafío de hoy radica en combinar el alzamiento espontáneo con estrategias de resistencia a largo plazo. Identifican que la verdadera batalla será en los barrios y por periodos prolongados.
Si el conflicto se sostiene o aumenta, lo más probable es que las élites políticas intentarán decantar las contradicciones a través de las disputas político electorales entre demócratas y republicanos y sus ONG afines, tratando de hacer discreta una guerra interna que, como ocurre con las guerras externas, requieren tanto del garrote como de la zanahoria.
*Filósofo